martes, 24 de julio de 2007

Gira

a los amigos

Fue particularmente agradable que el viaje se concretara de una forma tan negligente y rápida. ¿Dónde íbamos a dormir? ¿Conocíamos a alguien en Rosario? ¿A qué lugares teníamos que ir? A Fernando le habían dicho que la noche rosarina seguía siendo rica en tugurios, sótanos, esos lugares que después de cromañón tanto se extrañan en capital. Gaby y yo no tuvimos que insistirle casi nada y al rato estábamos en Retiro, en la boletería del Mitre sacando boletos para Rosario. A Gaby lo conozco de hace años del barrio. Cada vez que caminamos por el parque me sorprende la cantidad de gente que lo conoce. Él vive sobre La Rioja y yo sobre Urquiza, sin embargo yo parezco transplantado en el barrio. Esto es inevitable puesto que Gaby habla con cualquiera de la manera más natural y despreocupada. Yo tengo una buena relación con la china del almacén y mejor aun con su marido, que apenas domina el castellano. Claro que antes de ira a Retiro pasamos por la calle 33 orientales para que le avisara a su madre y consecuentemente, se cuide y lleve abrigo. Lidia, la madre de Fernando, nos hizo mala cara a Gaby y a mí. A Gaby es imposible que eso le importara y yo ya estoy acostumbrado a Lidia puesto que hice toda la secundaria con Fernando y estudiamos lo mismo en la facultad. Subtes E y C, Retiro. 15 mangos la ida. La vuelta la sacamos allá. Viernes a la tarde, la ropa de las chicas que salen de sus laburos tiene todo el aspecto de ir desabrochándose al fin de semana. Gaby, Fernando y yo subimos al tren. Pudimos acomodarnos tranquilamente, en nuestro vagón había bastante poca gente. Era gente más bien grande, hombres con portafolios, que iban o venían por trabajo, alguna que otra familia. Yo me pregunté en voz alta por qué no había minas. Fer sonrió y Gaby se explayó un buen rato con su hipótesis de la cercanía de semana santa y que las chicas de Lima, de San Nicolás o de Rosario preferirían esa ocasión para volver a sus casitas. En fin, el hecho es que minas no había. Mientras podía verse algo por la ventana hubo ciudad. El campo empezó ya entrada la noche. Yo iba del lado de la ventanilla así que miré bastante tiempo las estrellas. Un tipo vino a decirme que cuando estuviéramos cerca de Rosario bajara la cortina metálica porque tiraban piedras. La cerré en ese mismo momento porque estaba seguro de que iba a olvidarme. En eso volví a prestarles atención a los chicos. Los había estado oyendo desde hacía un rato. Discutían en voz baja con alguna que otra exclamación retórica que en el caso de Gaby se parecían a espasmos y en Fer, a hipos. Hablaban de cromañón, de los culpables. Hablaban con el dolor y el desajuste que todos tuvimos por aquel tiempo. Se dieron cuenta de que había entrado a la conversación, aunque sea como oyente, como es costumbre en mí. De todos modos me miraron y supe que esperaban que les dijera algo. Sólo pude recordarles lo que alguna vez dijo un profeta pelado que conocemos: “¿Sos callejero vos? Bancátela”. Se callaron un instante y después Gaby dijo que era mejor tomar el Gancia antes de que se calentara del todo. Estuvimos de acuerdo y se fue a buscar limón, porque el Gancia le gusta con limón. Yo le dije que no estaba seguro si el tren tenía coche comedor, pero él fue a buscar igual, seguro de que alguien en el tren le iba a convidar un limón. El rato que estuvimos solos con Fernando lo pasamos callados, como tantas otras veces, y tomando uno que otro traguito de Gancia que, efectivamente, ya no estaba frío. Por eso nos puso contentos que Gaby llegara con unos hielos envueltos en una servilleta de papel además del limón. Tomamos el Gancia que con hielo y limón estuvo exquisito. Repartimos un sanguche de milanesa que había llevado Fer y después tratamos de dormir un rato. Llegamos a la estación Rosario Norte a la madrugada y preguntamos en la avenida como ir para el centro. Caminamos por un boulevard que se llama Oroño turnándonos para llevar la mochila de Fernando que contenía nuestras provisiones por demás austeras. Doblamos en una avenida ya que en el boulevard no había negocios a kioscos abiertos. No pasó mucho hasta que encontramos donde comprar cervezas. Nos sentamos en un umbral. Estábamos cansados por el viaje. Un tipo que estaba cuidando autos (a una cuadra había un boliche) vino a pedirnos un trago y se quedó charlando. Primero pensó que éramos de Racing que jugaba al día siguiente con Newell’s. Después creyó que no teníamos casa y nos tiró el dato del padre Santillán que tiene un hogar. Más allá del pedo que tenía nos dimos cuenta de lo que estábamos haciendo no era tan fácil de entender como nos pareció en un principio. 400 kilómetros para hacer una gira… Creo que a Gaby le hinchó un poco el pecho eso. Fer se cagaba de risa, decía que bien podíamos pasar por fugitivos, por simuladores, por simples mentirosos cuando sólo éramos unos limados que se fueron de gira de Buenos Aires a Rosario. Un rato después Fer estaba durmiéndose y el cuidaautos volvió por última vez a preguntar si teníamos faso, que seguramente era su esperanza desde que nos vino a hablar. Luego de las respuestas elusivas y ciertas, no volvió. Se empezaban a ir algunos autos. Ni las 4. Pero el boliche era careta y de pendejos. No era la zona seguramente, así que volvimos a enfilar para el centro según las indicaciones de un par de fantasmas rosarinos más bien asustadizos. Ahora era Gaby el que se dormía caminando. Yo seguía en ese estado de somnolencia alerta e introvertida que era por demás frecuente en mí cuando salíamos. Pero en general se notaba una atmósfera de cansancio no reconocido. Un viejito se me puso a hablar casi de la nada y me indicó una calle que llevaba derecho a la peatonal, la que sale a la plaza y al monumento. Los chicos se habían sentado en otro umbral, esta vez de una casa vieja casi llegando a la esquina siguiente de la que estaba hablando con el viejo. El humo de los cigarrillos crecía hacia el farol que bronceaba el empedrado desde su cima cercana. Les dije a los chicos las indicaciones del viejo y al rato seguimos viaje ya que ninguno iba a decir que no podía más. No fue necesario decirlo. Cuando llegamos a la peatonal nos derrumbamos en una esquina. Fer se durmió, Gaby me dijo que en un rato estaría bueno ir a buscar una cerveza. Él cerraba los ojos apretando la mochila entre sus muslos y el pecho, pero ponía cara de estar atento. Luego de un rato, volvía a abrirlos, miraba alrededor y me hacía un gesto de asentimiento. Yo no dormía más que nada por mi insomnio que por aquella época era prácticamente inquebrantable. Después de responderle un par de asentimientos a Gaby, me levanté y fui a buscar esa cerveza. Guita seguía habiendo así que no quise pedirles a los chicos pero Gaby se dio cuenta de que me iba y me llamó y me dio dos pesos. Así que me fui por la peatonal semidesierta. No me animé a preguntarle al del kiosco de diarios no sé porqué, pero la verdad pasé mirándolo y la pregunta se me quedó en la garganta. Un par de pasos adelante la pregunta salió sin darle tiempo a la vergüenza. Eran tres o cuatro chicas. Apenas la pelirroja comenzó a indicarme como llegar al kiosco, la vergüenza empezó a aparecer como una avalancha roja. Para que no se note tanto, hice un personaje. Un pibe sencillo y abierto. Les pregunté que estaban haciendo. Me dijo la chica que habían salido de “El cubo” porque su amiga se sentía mal. Le pregunté donde era “El cubo”. La pelirroja se rió y dijo algo así como: “vos no sabés donde queda nada” o algo parecido. Le expliqué que era de Buenos Aires y estaba con mis amigos y eso… Ella se reía. Me dijo donde quedaba el boliche. La amiga con la remera de Los Piojos dijo que estaba re mal y creía que tenía fiebre. Mientras se iban les dije que nos mañana en “El cubo”. La pelirroja sonrió y yo fui hasta el kiosco a buscar la cerveza. Cuando volví vi que “El cubo” quedaba a media cuadra de la esquina en la que Gaby y Fer dormían. Lo desperté a Gaby y le convidé cerveza. Planeamos ir al río en cuanto amaneciera suponiendo que fuese más o menos cerca. Le conté lo de las pibas. Se asomó para ver la entrada de “El cubo”· Miramos a Fer que dormía con las piernas extendidas, la cabeza hacia atrás, apoyada en una cortina y la nuez de Adán latiendo en primer plano cubierta por la dura y áspera barba de tres días. Después de un rato de mirarlo nos dimos cuenta de que los dos lo estábamos haciendo y nos reímos. Fernando se despertó y nos miró extrañado, o eso creí en un primer momento, pero me di cuenta de que estaba siguiendo con la mirada a alguien que estaba a mis espaldas. Con Gaby nos dimos vuelta y vimos a unas cincuenta personas que estaban saliendo del boliche. Varios venían para nuestro lado. Había una agradable diversidad de chicos que pasaban fuera de sí, quizá puestos o quien sabe qué. Unos chicos nos pidieron cerveza. Casi ni había, quedaba el fondo así que no nos dolió regalársela. Los chicos se fueron re contentos. Pasaron unos cuantos travestis. Un pibe se nos puso a hablar hasta que se olvidó de que hablaba y logró que Gaby mirara para otro lado y no le siguiera la conversación. Sin embargo en general sentí que todos eran cordiales y amables. Muchos saludaban y hasta los pibes que nos pidieron cerveza nos trataron bien. El movimiento nos despabiló casi a la fuerza. Hubo bostezos de Fer y gritos desperezados de Gaby. Caminamos por la peatonal. A un par de cuadras en una esquina había un cartel con un mapa del centro. Ahí vimos que estábamos bastante más cerca del río de lo que creíamos. Llegamos a una plaza y desde ahí vimos el monumento a la bandera. Fuimos a desayunar a un bar cerca de la plaza y después fuimos al monumento. Todas banderas argentinas excepto una. Muchas banderas, no las contamos, todas argentinas, pero una verde con un círculo rojo en el centro. Nos miramos como pidiéndonos explicaciones. Fernando dijo que le parecía que era la bandera de Bangladesh, lo que no aclaró mucho nada. Fuimos –Gaby nos llevó- a preguntarles a unos guardias y, efectivamente, era una bandera de Bangladesh. Dijeron que una de las banderas escoltas es del país que celebra su independencia ese día. Gaby le bromeó a un guardia algo respecto de 4 de julio, pero no se río y yo me apuré a ir para el lado del río. Un rato más tarde estábamos en la costanera mirando hacia la isla y Entre Ríos. Me acomodé en un banco y me dio sueño. Le dije a Fernando que iba a dormir un rato. Él a su vez se estaba acomodando en otro banco con unos apuntes de la facultad en el pecho. Gaby se había ido a dar una vuelta prometiendo que volvía en unas horas con comida. Me desperté, supe después de hacerlo, tres horas más tarde. Me sentía liviano y al desviar la mirada de las nubes al río justo cuando empezaba a pasar un barco frente a nosotros, me apareció una felicidad tranquila de una sincronía que era a la vez interna y externa. Era el barco que empezaba a pasar justo cuando yo miré. Y era poder mirar cosas que son cotidianas en otro lugar. Mire hacia el bancote Fernando. Seguía leyendo. Teníamos algo de hambre y Gaby no volvía. Yo le pedí a Fernando algo para leer. Me dio un texto que leí hace un para de años, claro, yo estoy más adelantado que él en la carrera. Lo hojeé desinteresado. Luego me sumergí en tratar de entender (dos infinitivos seguidos, carajo) ese desinterés. En eso llegó Gaby y me di cuenta de que estaba atardeciendo. Ya no había casi pibes jugando al fútbol y Gaby trajo sanguches de milanesa y un racimo fenomenal de bananas. Para tomar algo trajo agua. Dijo que había conseguido faso gracias a un tipo de un kiosco de revistas de la peatonal que le dio el dato. No quise saber si era el mismo a quien no me animé a preguntarle donde conseguir cerveza. No creo. Hicimos las cuentas para repartir los gastos. Las pepas las había traído de Buenos Aires Fernando. Yo fui el que más tuvo que desembolsar en ese momento pero todo quedó claro y bien repartido. Con eso resuelto caminamos por la costanera. Encontramos un lugar que medio bajaba al río, y estaba un poco escondido. Ahí Gaby armó y fumamos. Estábamos bien pero teníamos frío. Subimos y nos metimos en la ciudad. Aunque hablábamos de cualquier cosa y nos reíamos yo ya sentía de manera casi imposible de esconder, una incomodidad que aun no podía definir. Ya era de noche y seguíamos deambulando por el centro, tomando cerveza. Gaby hablaba con los vendedores. Fer y yo escuchábamos y de tanto en tanto metíamos algún bocadillo. Compramos papas fritas y otra cerveza y después un Fernet con coca. Enganchamos la peatonal y vimos que “El cubo” estaba abierto. Eran las doce y media. Entramos. Tocaba una banda. No me acuerdo como se llamaba. Cantaba un pelado y sonaba cruda y bastante bien. Tocaron tres o cuatro temas y bajaron. Colamos las pepas y vimos gente que fumaba así que fumamos también. Cuando entramos había cincuenta o sesenta personas. Gaby averiguó que iba a tocar otra banda. Me imagino que era más conocida porque empezó a entrar gente. No me gustó mucho… Tenía armónica, dos saxos y a mi me pareció que creían tener mística… nos dimos cuenta de que no teníamos ya tanta guita. Igual había algo de faso más lo que pudiese rescatar Gaby por ahí. Ya estaba a punto de definir mi malestar cuando vi a la pelirroja. Venía caminando hacia mí y eran tres y las tres me dieron el mismo beso. Y nos seguimos besando un buen rato. Un largo largo rato. Cuando me soltó la lengua volvió a ser una. Le dije que volvía enseguida. Di unos pasos hasta Fer, apoyado en una pared. Le dije que estaba por decirle que estaba muy triste. Fer dijo que si con la cabeza. Volví adonde estaba la pelirroja y mi recuerdo se metió en mi cabeza y de pronto estaba todo alrededor. Esa noche que nos habíamos encontrado en el parque con los chicos de la escuela. Un viaje indefinido que nos dejó en puente Saavedra. En un kiosco del lado de provincia alguien compró una petaca de Tía María. Me convidaron y sentí por primera vez el saber de una bebida alcohólica, que fue como un fuego silencioso y secreto. Cruzamos el puente, hicimos un par de cuadras por la avenida y entramos en un boliche que se llamaba Margarita Rock. Me aburrí un rato, parado en un costado hasta que vino Diego con una chica y me la presentó. Sorpresivamente para mí el saludo de la chica fue un largo beso en la boca. En menos de una hora había conocido dos claves que marcaron el pulso de mi vida desde entonces. La chica era pelirroja como la piba que me estaba hablando. Me decía que le decían la rusa. El nombre no me lo acuerdo, capaz nunca lo supe. También me decía que la suya era la mejor cama de Rosario. Miré alrededor. Gaby hablaba con un tipo en la barra, gesticulando y moviendo los brazos. Fernando hablaba con una chica, me pareció que era otra de las que me había cruzado en la peatonal. Fui a decirle que me iba, y que nos encontrábamos en los bancos del río a las tres de la tarde. Le dije que Gaby estaba por ahí, que le avisara. Agarré a la rusa de la mano y salimos del boliche. Respiré fuerte cuando sentí el frío de la madrugada. La rusa me agarró del brazo y me sentí incómodo, pero traté de no darle importancia. Caminamos rápido las diez o doce cuadras hasta su casa. Ella vivía con su vieja pero estaba en lo del novio, me dijo, así que la casa estaba sola. Un pasillo, una puerta de madera, una computadora, la pieza, la cama. No sé si era la mejor de Rosario pero… Nos levantamos, puso la tele, picó y fumamos. Yo la miraba mientras cortaba una porción de tarta y me acordaba de Caro y me repetí varias veces que no tenía que acordarme más de Caro. Me preguntó un par de cosas más de mí. Le dije lo que estudiaba, mi barrio, mis años, ella me dijo más o menos lo mismo de ella. Vimos el final de Ojos bien cerrados, que por casualidad estaban pasando en un canal de cable. Ella después vino a sentarme en mis rodillas y volvió a besarme. Fuimos a la pieza. Me desperté sofocado. La sensación que había empezado la noche anterior no se había ido, y la entendí de una forma tan clara que ahora no sé si podría entenderla como ahí. La estaba viviendo. Ahora es un recuerdo. Otro. Uno más. La rusa dormía desnuda, era la mañana, por el reloj y por el aire lo sabía. Necesité salir. Irme. La rusa me pidió el teléfono por si iba alguna vez a Buenos Aires y me dio el suyo por si volvía. Me dijo que si quería arreglara para volver en semana santa, que podía quedarme ahí. Le dije que iba a ver… nos vestimos y me abrió la puerta del pasillo. La otra estaba abierta, me dijo. Le pregunté como volvía a la peatonal y se rió. Yo también. Pensé que capaz volvía a Rosario para semana santa. Nos besamos y me fui. Había poca gente en la calle y una especie de claustrofobia seguía corriendo por mi cuerpo. Entré en un bar y pedí un vaso de agua. No muy amablemente me lo dieron y me fui, amablemente. Pasé por la esquina de “El cubo”. Me quedé viendo un rato la procesión por si salían Fer o Gaby, pero no pasaron. Fui por unas calles de adentro y salí al río. Mi agitación seguía. El viento frío, el río, no pudieron calmarla. Vi a un Fer tirado en el mismo banco del día anterior. Nos saludamos. Él no me preguntó y yo no le pregunté. Traté de dormir un rato hasta que llegó Gaby con unos chicos que había conocido en “El cubo”. Traían cerveza, un saxo y tambores y yo casi salgo catapultado hacia la estación, pero la opresión continuaba dentro de mi cuerpo y no me dejaba reaccionar livianamente. Nos saludamos todos. Los chicos eran algunos de la segunda banda más unos conocidos. Serían seis o siete más Gaby, al que le decían el cóndor. Seguramente Gaby les había contado esa vez que un viejo le había elogiado su conversación diciéndole que volaba alto como un cóndor. Por alguna razón eso lo fascinó y siempre que puede saca a relucir la anécdota y terminan diciéndole así. Yo me miré un par de veces con Fernando hasta que vino a decirme que quería ir yendo para la estación. Yo le dije que me sentía mal, que necesitaba caminar. Uno de los pibes me preguntó algo sobre la hembra con la que me había ido. Alguien nombró a la rusa, pero no me di cuenta que dijo o cual de ellos era. Igual fui derecho a decirle a Gaby que me sentía mal y me iba a caminar. Fer se enganchó y le dijo que me acompañaba. Luego de dar un trago y de pasar la cerveza, Gaby nos abrazó y dijo que nos encontrábamos a la noche en la estación. Caminamos con Fer por la costanera. Podría haberlo disfrutado si no hubiese sentido ese pánico, ese encadenamiento interno que no me podía explicar; que me ahogaba aun en ese entorno abierto. Había una fuerza que se moría por salir de mí, por reconocerse como parte de mi vida, y que se oponía a las cosas que había vivido en esos años. Seguimos caminando muy despacio por la costanera. Fer estaba de buen humor. Habló con gente, yo me mantenía algo alejado, como si me sintiera mal físicamente. Le dijeron como salir a la estación. Por la costanera cortamos bastante camino sin proponérnoslo. Pasamos por una feria de antigüedades que Fer revisó muy detenidamente mientras yo posaba mi mirada en las cosas, aturdido y desalentado. Pasamos las horas en un parque cerca de la estación. Cuando anochecía Fer fue a buscar comida. Trajo una pizza y una gaseosa de litro y medio. Él había guardado unos pesos extra por suerte. Después de la pizza fuimos a la estación y esperamos a Gaby. En la boletería le habían dicho a Fer que el tren venía casi vacío así que seguimos esperando a Gaby casi hasta que estuvo por venir. Yo le di a Fer mi plata y el compró los boletos. Yo no quería parecer indolente, sabía que Fer me estaba bancando, así que agarré la mochila y fui a pronosticarle que Gaby no iba a aparecer. Un rato después llegó el tren. Subimos. Era el tercer vagón, nos quedamos viendo el andén esperando que Gaby llegara a último momento. Estábamos congelados en esa posición, buscándolo en cualquier punto que se moviera. Hasta que nos movimos nosotros. El tren. Nosotros mantuvimos la mirada en el andén y vimos como Gaby con otro pibe lo atravesaron tratando de ubicar rápidamente la boletería primero y corriendo el tren, al pedo. Fer levantó la ventanilla y los dos sacamos el torso y gritamos: - ¡Gaby!- moviendo los brazos. Gaby sonrió y nos saludó y el tren se fue de la estación. Cerramos la ventanilla y la cortina metálica. Esa vez escuchamos los piedrazas. Fer se durmió bastante rápido, lo que me liberó al menos de la incomodidad de hablarle tan poco (aun para mí). Yo cerré los ojos un tiempo muy largo, tratando de calmar de alguna manera la angustia que me fatigaba. Pasaron por mi mente una enorme cantidad de caras, de noches, de besos, Caro, las demás, los miedos las mentiras, las huidas, los encierros. Los encierros tantas veces y la asfixia imposible de disimular, tratando de escapar de ese encierro con los ojos cerrados en ese tren y hace tanto. Seguramente me dormí, porque cuando abrí los ojos ya estábamos en capital y faltaban un par de estaciones para llegar. Sentía que el viaje no había durado ni la mitad que el de ida. Bajamos del tren y fuimos a la parada del 9. Fer me palmeó la espalda cuando subimos al colectivo. Sabía que yo estaba perturbado por algo. Ya hablaríamos (aunque probablemente no de eso). Pagó él. Yo le dije que quería bajar un par de paradas antes de mi casa, para caminar. El colectivo hizo rápido. No había demasiado tráfico al amanecer. Saludé a Fer, le dije que nos veíamos en la semana. Él me saludó y volvió a palmearme. Bajé del colectivo, caminé hasta la esquina, crucé y me quedé viendo la avenida Colonia. Cortó el semáforo crucé hasta la mitad y me paré otra vez, mirando el cielo amanecido salpicado de nubes, con la cancha de Huracán sumergido en el sur. Y una exhalación nueva me sorprendió, como si hubiese respirado libremente después de mucho tiempo.

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