jueves, 14 de febrero de 2008

En tránsito

Muchos omanes se reunieron en la llanura fatigada. Por ella irían e irían. Casi ninguno opinaba ya que no había nada del otro lado. Unos cuchicheaban que no había otro lado, y reían. Todos lo imaginaban. Una vez más la curiosidad prevalecía. Eso y el encanto hipnótico del verde. Se llevaban a cada uno y cada uno llevaba la nostalgia de cada paso que daba. Tantos hermanos trazaban las generaciones que los habían mecido y los mecían por los caminos que creaban no para volver sino para que otros vinieran.

Omanes andando, duraznos caminantes. Nubes de sol y de sueño. Vivientes del sueño en el que las nubes pueden tocarse. Envueltos, encaramados de nube, caminaban. Multitud de huellas. Hermosos octógonos irregulares, constelaban.

Un omanes, de cuerpo granizado de verde y violeta en su lomo amarillo, vio un río abundante. Quiso corresponder a su generosidad y se zambulló y se dejó llevar. Desde una colina, tres omanes lo vieron serpentear y lo siguieron. Llegaron al mar y en la orilla muchas noches se saludaron con los que cruzaron el río y siguieron. Hacía muchos omanes que omanes no veían el mar. Otra vez un silencioso encanto que de las costas irradiaba hacia el encuentro de nuevas alturas, los besó como un nacimiento. El mar pronto sería la orilla. Días de madera, de los primeros cantos, y de curiosas ansiedades que se sacudían solas. El camino los siguió sacudiendo, pero ellos veían en el cielo las huellas de sus amigos, que fulguraban como sonrisas imaginadas.

Días de tierra y de miradas emergieron de los trayectos de los omanes caminantes. La amistad musical de los árboles y sus maderos, viento de los misterios resplandecientes. Omanes al paso de sorpresa junto al diluvio de variantes animales. Y la flor abierta de los caminos. Y los demás asombros de verse juntos en las diversas nostalgias.

Como los omanes no contaban el tiempo, no supieron cuando se volvieron a ver los dos grupos, ni hacía cuánto que no estaban juntos. Tampoco sabían exactamente si eran ellos los mismos que se habían separado en aquel río. Estaban confundidos, y se decían “agua” y se decían “tierra”. Asentían pero no sabían que hacer.

Sin embargo no tardó mucho en surgir una fascinación extendida entre lomos de colores y dibujos siempre nuevos en sus distribuciones. La seducción les hacía bien. Los ojos no querían contener las sonrisas. Inauguraron un festejo que se multiplicó y los multiplicó.

Algunos omanes del agua llevaron al mar a algunos de tierra, y algunos de tierra, y algunos omanes de tierra mostraron los senderos a algunos del agua. Se decían entonaciones que saludaban de entusiasmo en cánticos ensoñados. Así, el sol y la luna.

Bordeando la costa encontraron un río. Había los que se quedaban en la desembocadura y se iban con el mar y volvían. Estaban los que entraban a la tierra junto al río, a los bosques, las colinas y los valles.

Siempre se encontraban.