jueves, 2 de octubre de 2008

Con un demonio


Volví a mi casa demasiado temprano; encontré a un demonio y hablamos... y hablamos... El dolor de la experiencia consistió en la poca trascendencia de los temas. No pude interesarme por nada. Yo falseaba alguna petulancia, algún rasgo escrupuloso o patético. Nada. Forzados a proseguir nuestro encuentro, compartimos un paseo por la vaga contemplación de la luna tajada. Él no decía cosas magníficas, no me proponía arduos dilemas, apenas largaba carcajadas nasales y recorría los canales, o se fijaba en absurdos dolores que no eran míos. Fruncía el ceño y decía aventuras de palabras que me desolaban en las distinciones de sus significados. De pronto levantaba un monumento a la verdad, a los conceptos absolutos de su sol negador. De pronto me impugnaba mis escudos que loaba. Rasguñaba silencios que no alcanzaba, se servía su copita de Fanta. Me empezó a pegar y a rogar que no lo dejase solo. Yo ni me sentía exhausto. Aunque me desmayé, lo vi pestañear su credulidad, asombrado de su penúltimo silogismo camuflado. Rastreé sus empresas que más bien tendieron a parecerme estériles, desayuno de por medio, disimulando mis ajetreados hilos de sangre. No dejé de masticar la gomosa medialuna. (Todo esto es cierto). Volvimos a hablar relojeando la luna entre las ramas. Las luces se tragaban mis gomosas palabras laterales. Ya, si, me había dado cuenta de que estaba acostado como siendo su marco. De esto se trataba toda la vuelta, el torniquete de secretas angustias, el impulso vago de la súbita creencia corporal en el destino. Yo sabía que todo estaba en la cabeza; y en los pies; y en los ojos, portadores de la luz. Yo no me voy a levantar y a leer esto o aquello. Su lengua vence los espacios vacíos. Posee varias cualidades adhesivas muy efectivas dentro de los paradigmas de la maravilla cotidiana. Es, varía, se describe, se apresura, se excita como un deseo, o mejor mirado, como un motivo. Hay quien muestra describiendo una pretensión, y fustiga con sus achaques, y machaca lo de no poder sino pretender. Y acá me veo con el laberinto en el marco. Marca variada y penitente, audaz refugio, me siento plantado acá, temprano, una canción partida. Y su saliva se pega en el paladar sin que su voz pierda su astuta demanda de invocación inspirada, cambia los canales, o se lava los pies, con la dulzura propia del que creció en una familia amorosa, que se abrazan de aquí para allá. Hay un recelo en su gesto conciente y ciego. No entiende como se le metió el enano por la oreja.