sábado, 6 de junio de 2009

Esto lo está contando mi abuela Olga Morelli, encerrada y mutilada en el Moyano por cuarenta años.


Nubes

Las nubes son maravillosas. Aunque mi mirada haya cambiado tantas veces, las visiones de las nubes permanecieron en mí como un interminable circuito de fascinaciones a cuya constancia jamás me acostumbré. Es que para decir con palabras las nubes… pero justo eso no importa; esto yo no lo estoy diciendo.
La primera singularidad que me llega en su percepción es la forma variable, muestra de su profunda hermandad. Y llega mostrando que es sólo una de sus singularidades
¿Cómo aislarlas, agruparlas, generalizar sus propiedades y constituciones? Es imposible describirlas, como los ojos. Por eso la poesía baila con ellos. Tanto hacer una descripción interna de su configuración como descifrar sus mutuas relaciones se me presentan como ejercicios menos sorprendentes que su observación ensoñadora. Y luego (luego, pero sin dejar de verlas) a veces llegan conmigo ciertas impresiones, ciertas emociones, como un secreto que cualquiera podría saber. Montañas leves alborotan las ciudades errando en cauces transparentes, manantiales de la imaginación. Amigas nuevas agitando cuidadosamente asombros recíprocos.
Me pierde sentir en ellas. Me deja quieta, deambulando por las habitaciones y el jardín, salpicados de soledades.
Ya no me importa, pero yo debo estar acá por las nubes. Por haberme encontrado con la diosa de las nubes, por soñar y obnubilarme en ella. Sólo que decir diosa es decir y yo no digo. La nombro diosa por decir, porque yo soy humana y digo; pero nada más. Los hombres no deben entender que pueda haber algo sagrado aparte de los hombres. Hay mundos hechos de nubes. De nubes vivas. Si bien esto puede decirse y sentirse, parece que no puede creerse. Ya no me importa. Ni los relámpagos ni las pinzas podrán quitarme la dulce voz de la diosa.
Ya no me importa quedarme acá. Extirpado el cuerpo sólo me quedará el alma. Ya di vida., y esa vida está afuera. Sigue, es fértil. Ahora soy la ruta de otros. Alguno de ellos, alguno que nazca cuando ya no esté, dirá sin decir esto, que yo no digo diciéndolo.
Nos mezclaremos de a ratos, jugaremos invisibles, formaremos un coro silencioso para contar la alegría de las nubes. Las serenas, las tormentosas, las transparentes…
Es que hasta cuando el cielo es azul hay nubes.
Yo quisiera ser una nube…