domingo, 15 de abril de 2007

La casa del mono

El mono vivía en una casa de dos plantas. Había una pieza rectangular con paredes blancas de cemento, techo también blanco y piso de madera. Había además, en una de las paredes, una plancha rectangular de madera. Opuesta a esta pared, un pasillo amplio llevaba al jardín, a través de una lámina de vidrio con bordes de metal que se deslizaba. En el lado izquierdo del pasillo, (yendo desde la pieza rectangular)una escalera caracol de madera conducía a la única habitación de la planta alta. Una alfombra roja la cubría totalmente, y cinco espejos sellaban las paredes. El techo blanco se interrumpía en su centro; allí se elevaba una pirámide transparente. Al lado derecho del pasillo había un cuarto, el más pequeño de la casa, con bolsas de cemento casi vacías, tubos de acero y papeles. Tenía un piso áspero y un hueco en una pared con vidrio, a través del cual podía verse el jardín. El piso del jardín tenía una franja de cemento cerca de la lámina de vidrio que lo separaba del pasillo. Luego, hasta el fondo había pasto y tierra, con árboles frutales y arbustos. Junto al paredón gris del fondo había un pozo. A los costados, el jardín no tenía paredes sino profusas ligustrinas. Todo el jardín estaba atravesado por un camino sinuoso de cemento. En su centro había un cantero.
El mono solía pasar las mañanas en el cuarto de los espejos. Al despertar subía las escaleras (dormía en el cuarto de las paredes blancas) y siempre se sobresaltaba con el primer reflejo. Allí jugaba un largo rato con su imagen reflejada. Nunca tocaba los espejos. El mono siempre bajaba satisfecho de ese cuarto y corría hasta alguno de los árboles a comer alguna fruta. Seguía corriendo, bebía del cantero, miraba los insectos, en el pozo le devolvía a la tierra su alimento. En esas tareas ocupaba el mono su tarde. Cuando la tarde comenzaba a apagarse, a veces volvía a subir la escalera y miraba en los espejos cómo se expandían las sombras. A través de la pirámide transparente, una noche vio la luna. Bajaba lentamente, ya en penumbras; salvo en las noches calurosas, no volvía a salir al jardín. El mono entraba al cuarto de las bolsas de cemento solamente para ver la lluvia a través del hueco de la pared.
Sin embargo, hubo una vez en la que el mono entró al cuarto del hueco que daba al jardín sin que lloviera. Era un día soleado. Hacía mucho que no entraba. Al principio miró alrededor al cuarto con extrañeza dando una vuelta sobre su eje. Por el hueco entraba más luz que las otras veces que el mono había estado allí. Quizás esa fue la causa de la extrañeza del mono apenas entró. De todas formas (y aunque como acabo de comentar, el cuarto estaba más iluminado que las otras veces que el mono había entrado), no podía divisar la pared opuesta a la del hueco; eso inquietó al mono, que gustaba de mirar la lluvia en ese cuarto porque se sentía acogido por sus escasas dimensiones. Caminó muchos pasos, hacia la oscuridad en la que se internaba la nueva disposición del cuarto. Cuando ya había cubierto un trecho considerablemente más largo del que había de una punta a la otra del jardín casi no veía el hueco en la pared que daba al jardín y la penumbra dominaba tanto como cuando se acercaba la noche en el cuarto de los espejos. El mono caminó en la misma dirección durante un tiempo que no medía pero al detenerse se tomó los muslos doloridos y sintió hambre. Alzó sus ojos pero no logró divisar el techo (si es que había techo o si estaba lo suficientemente cerca como para verlo a simple vista) puesto que la oscuridad era ya total.

1 comentario:

Anónimo dijo...

es un poco largo, pero leere