jueves, 16 de diciembre de 2010

El sueño argentino

Santos Condori estaba al lado del eucalipto del medio de la plaza mirando la escalinata en la que conoció a Camila Genovese.
Había jugado al fútbol y tomaba algo con sus amigos. La novia de uno de ellos llegó con Camila y con otra chica. Todos se sentaron en los escalones. No había nadie más en la plaza. Era primero de enero. El calor era tan pesado como sería su descripción.
Santos Condori y Camila Genovese iban a comenzar el CBC en unos meses. Las carreras eran, por así decirlo, afines y a cada uno le interesó conocer a alguien que estudiara la carrera del otro. Al rato los demás se fueron y ellos se quedaron charlando casi hasta el atardecer. La misma sede, Ciudad Universitaria, claro, queda cerca. Después la facultad es en Caballito ¿cómo habrá que hacer para ir? Habían leído ciertos autores y de otros oían el nombre por primera vez. Habían ido a escuelas del barrio. Jamás se habían cruzado. Vivían a dos cuadras.
Caminaron por Arias, bajaron la barranca y Santos se quedó en el edificio de la esquina. Ella se fue por Grecia hacia la General Paz. Al día siguiente ella se fue a la costa con su familia. La semana siguiente él se fue a Potosí a visitar a sus tíos.
Cuando respectivamente volvieron de sus viajes se cruzaron por la calle. Hablaron poco. Santos la acompaño hasta la casa e intercambiaron números de teléfono. Le hubiera gustado en esa ocasión estar más tiempo con ella.
El siguiente encuentro fue sorpresivo. Él estaba llegando tarde a su primera clase en el CBC. Encontró el aula y entró. La profesora le preguntó qué necesitaba pero él sólo vio un brazo que se alzaba. Balbuceó algo y se fue a sentar junto a Camila. La profesora comprendió que Santos era un alumno…
Cuando terminó la clase se volvieron juntos caminando. Camila empezó a defenestrar a la profesora. Él dijo algo acerca de la empatía y su función heurística. La charla derivó.
Camila le contó del mar. Dijo que tiene un color exacto que nadie jamás había nombrado. Habló de atardeceres que eran antiamaneceres. Se veía nacer la noche. También se calló algo que su mirada no, entonces inclinó la cabeza. Así que Santos habló de Yocalla y Potosí. El silencio, la sal. Los recuerdos animados por el exterior (él había ido a los cuatro años y volvió dos veces, una a los once a visitar a los familiares y otra a los quince cuando murió su abuela). Después el resto del verano fue ayudando al padre a distribuir en las verdulerías. – ¿Así que ya tienen tres? Qué bueno. – Si, además de la de acá y la de Florida, mi viejo abrió la nueva en Munro. Trabajan mucho él y mi vieja. - ¿Y tus hermanas?...
Con el otoño afirmado se juntaban a estudiar. A veces en la casa de Camila, en la cocina, con Herminia llevándole bizcochos y té o chocolatada. A veces solos en la casa de Santos, casi siempre iban a la terraza donde había algo más de cielo, aunque más que nada veían el quilombo de la General Paz. Casi siempre se miraban a los ojos.
Ese otoño Santos soñó mucho y estuvo triste muchas veces. Le iba bien en los parciales y a Camila también.
Él quería acercarse y no sabía. Ella quería alejarse y no podía.

Dejó de mirar la escalinata y volvió a ver a Camila besándose con Lucho, a unos veinte metros en un banco. Lucho, a quien tantas veces habían denostado por superficial y frívolo. Además Santos sabía que a Camila no le gustaba.
Alguna vez dejaría de odiarla, aunque intentaba comprenderla. La inteligencia de Camila – pensaba Santos- no se expresaba en acciones sutiles ni directas. Era efectiva de una manera muchas veces torpe y a veces inintencionadamente cruel. Ella podría haber hablado con él, decirle que lo quería como amigo o alguna de esas formas más o menos originales de segar la ilusión o extinguir la esperanza de un deseo compartido.
Prefirió que la viera besando a un gil. Cuando vio que Camila lo buscaba y lo encontraba con la mirada confirmó un poco más sus suposiciones. Terminó de hacerlo al recordar que Camila sabía que Santos andaría por la plaza esa tarde. Si, la entendía y sabía que no tenía que odiarla. En ese momento no podía.
Cruzó la plaza como si estuviera soñando, ya sin mirarlos. Fue por Arias, bajó la barranca y entró en el edificio. Se quedó en el balcón un rato creyendo que podría reflexionar, pero por su mente sólo pasaban rayos. En un momento, inesperadamente, vio a Camila caminando cabizbaja por la vereda de enfrente. Ella alzó su mirada al segundo piso y vio a Santos Condori, ambos creyeron que por última vez. Después salió corriendo por Grecia hasta su casa. Se secó las lágrimas antes de entrar.

No hay comentarios: