jueves, 16 de diciembre de 2010

25
(el hijo de Sísifo)

Sólo nos quedó el silencio. Sólo que no es poco.

Tus trabajos habían comenzado en los albores de la guerra, entre los campos de una llanura que mucho después conocí. Una llanura tan diversa a la que se agota aquí, donde me engendraste…

El placer, los engranajes de la presentación del tiempo, ríos, audacias, extrañezas que ni imagino, sembradíos, supieron el eco de tus gestos. A través de los rincones comprendiste que estabas sólo.

Con otros, subiste la montaña y desbarrancaste la piedra y uno de tus compañeros murió aplastado porque había quedado abajo. Si algunos te señalaron como responsable no importa. Vos sabías que lo habías matado, entonces te fuiste de tu casa en aquella llanura y llegaste a esta.

Tus trabajos continuaron, amaste, engendraste a mis hermanas; fértil, prosperaste. Derrochabas fuerza, ni siquiera te cansaba remontar la piedra.

Conjuraste la presentación del tiempo y la presentación de lo material. Los dejaste de lado por la desmesurada extensión de la llanura que fue tuya un rato. Una mucho más grande que el pueblo de tu infancia.

Zozobrando, me engendraste entre vestigios de tus pasados artificios y los sincronizados terciopelos que vestían por dentro las cajitas musicales que fabricabas. Ya me guiabas en mis precoces tareas.

Yendo, tuvimos el accidente. No creo que importe lo que hubieras hecho si yo no estaba. Me protegiste. Yo estuve a punto de morir y viví. Vos estuviste a punto de morir y moriste. Si no soy parricida, no importa.

En toda transformación remeda el misterio.

Si quedó el silencio, como ese que hubo los instantes siguientes al choque, que sea fructífero. Que fértil, prospere. Que se avive la transferencia.

Por eso las historias, por eso el comienzo de uno tras otra, como los hoyos del conejo, que cava olvidando el sol..

Una tras otra, y en ellas tu eco diseminado, tu sombra camuflada, tu silencio que se presenta cuando lo olvido. Cuando ya soy yo.

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