domingo, 15 de abril de 2007

Confesiones de un cono

Yo estaba en una planicie. Me daba vértigo el verde. No fue, sin embargo el color ni la fragancia, sino su conjunción lo que me empapó la mirada de una leve lágrima extendida. Un perfume diseminado en el aire espeso. Yo creía que estaba inusitadamente solo. Curioso de tal disposición, me preguntaba cómo lo había logrado... ¿tal vez por no proponérmelo? Al instante divisé, la forma de otro. Ambos saltamos hacia donde estaba el otro, saltamos hasta encontrarnos. Desde el principio noté que nuestro pulso concordaba. Sin haberlos contado supe que dimos la misma cantidad de saltos. Hubo una serie de aproximaciones escuetas. Ninguno se animaba a lo bizarro; hubiera convenido que fuésemos tres.
Nos balanceamos casi llegando a tocarnos movidos por un viento que, al menos yo, no logré notar si era externo o interno. No oculto la ascendencia hipnótica de nuestra reunión. Fijé mi mirada en él. El cielo estaba apenas pincelado por una nube larga. La escena se formó como la fascinación que estaba estallando, del otro y de mi, a un tiempo, pero con una sincronía exenta de mecanicidad, espontánea, transitoria y desprolija. Su silueta ya tan cerca de mi, era un campo estrellado. No había pájaros ni árboles. Por supuesto que la soledad se había quebrado, pero sólo el otro estaba allí. Ellos estaban callados.
Hubiera sido extremadamente fácil percibir elementos desagradables. La configuración así lo exige. La de todos los que conozco y todos los que puedo entrever. Hay un esquema rígido de suposiciones, panel magnético vertido, jugo de tiza.
De un momento a otro comenzaron a surgir porciones de palabras, rastros de sueños encantados en la estrofa abierta de esa sinfonía callada. El peso de un dolor antiguo estaba presente, y gradualmente se fue haciendo insoportable. No podíamos casi al final seguir fingiendo que no lo sentíamos. Un gesto inocente del otro bastó para que yo supiera que ya jamás volvería a ser viento. Ese tiempo cercano e inalcanzable palpitaba en mi presente, coagulándose.
Quiso acercarse, tal vez para acariciarme. Derivó una explosión inextinguible. El brote de una pena demasiado extendida, la atracción eruptiva y arrebatada. La mezcla rebotó y venció a mis principios perceptivos: ya no sabía si en su base había un punto o una circunferencia, o si estaba recostado o de cualquier otra manera posible o no.
No hubo miedo ni dolor en mi regreso a la soledad: así de rápido había matado al otro cono.

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